MÉRIDA, HACE MEDIO SIGLO
Ramón Querales
En julio de 1956
terminamos nuestros estudios de bachillerato Orlando Gravina, Ramón Querales,
Alí Rodríguez y Leonel Rojas, quienes en los dos últimos años del liceo, el
“Lisandro Alvarado” de Barquisimeto, nos habíamos constituido en un cuarteto de
inseparables amigos.
En nuestros diarios
intercambios de opiniones, habíamos decidido irnos a Mérida, la Ciudad de los Caballeros
de donde era oriundo Alí y quien seguramente, no lo recuerdo bien, logró
convencernos de que esa sería la mejor decisión.
Un día, tal vez en el
mes de agosto, alquilamos un vehículo y viajamos a la ciudad serrana lo que fue
una hermosa aventura que por vez primera hacíamos Orlando, Leonel y yo. El
gocho Alí nos servía de guía. Nos vinimos por Valera y así disfrutamos, por vez
primera, la magnificencia de los páramos
andinos, desde Timotes hasta llegar a nuestro destino. En “El Águila” nos
detuvimos a desayunar y a disfrutar aquel clima fascinante y novedoso para
nosotros.
El chofer, un maracucho
de extremado buen humor, nos recomendó introducir entre la camisa y el tórax,
hojas de papel periódico para contrarrestar los efectos del frío y evitar que
nos diera “mal de páramo”, lo que efectivamente nos sirvió de maravilla. No
recuerdo si fue en esa oportunidad -era agosto- cuando vimos nieve, que nunca
lo habíamos hecho.
Al llegar a Mérida, nos
alojamos por recomendación del chofer, en un pequeño y muy económico hotel
situado cerca del rectorado de la ULA, por la calle Obispo Lara y desde ahí
abrimos operaciones para inscribirnos en la Facultad de Derecho y obtener cupo
en la Residencia Universitaria, situada entre Independencia y la “Tulio Febres
Cordero”, cerca de las facultades de Medicina e Ingeniería. Al frente, quedaba
la Escuela de Bioanálisis.
En esos tiempos y en
esa época vacacional, el movimiento de pasajeros hacia y desde Mérida era muy
escaso y el chofer que nos hizo el viaje, decidió esperar nuestro retorno y
mientras tanto, en forma gratuita, nos servía de transporte y así recorrimos la
ciudad en su totalidad, pues entonces no se había extendido como lo ha hecho
hasta ahora y sus calles llegaban al borde del Albarregas y del Chama, mientras
que por la parte noreste el límite era la zona de Prado Río, por el suroeste
apenas llegaba hasta Glorias Patrias, con algunas viviendas frente al
Aeropuerto y barrios muy deprimidos por la parte de atrás del Aeropuerto, creo
recordar que uno de ellos era el barrio Campo de Oro, o algo así.
Por allí, cerca del
Aeropuerto estaba también el Matadero.
Creo que, por
invitación de Alí fuimos a Ejido, pasando por La Parroquia que era una
población bastante retirada de Mérida.
Visitamos Los Chorros
de Milla.
Después regresamos a
Barquisimeto.
En la mañana de nuestra
partida, el maracucho había estacionado su carro justo frente al hotel.
Colocamos los humildes equipajes en el maletero del carro, el chofer dio vuelta
a la llave para encenderlo y una espesa nube de humo comenzó a salir del motor.
Todos salimos del carro y el maracucho, a riesgo de quemarse, levantó el capó y
entonces vimos que el motor estaba envuelto en llamas.
Del hotel salió
corriendo el dueño con una sábana en las manos con la cual cubrió las llamas
que amenazaban destruir motor y vehículo. Desaparecieron las llamas y todos
respiramos tranquilos.
Era que el filtro de la
gasolina había estallado originando el incendio, pequeño pero peligroso de no
haber mediado la oportuna intervención del dueño del hotel.
Resuelto el problema, y
sin filtro, emprendimos nuestro viaje de regreso a Barquisimeto, donde
permanecimos el resto de nuestras vacaciones hasta el momento de volver a
Mérida ya en plan formal de iniciar estudios universitarios, lo que se hizo
realidad en el mes de octubre de 1956.
Esta vez viajamos con
otro chofer, pero también maracucho a quien llamaban Tonina Con ambos hicimos
muchos viajes entre Mérida y Barquisimeto.
Comenzamos nuestras clases bajo la tutela docente de los
profesores Eloy Febres Cordero en Sociología del Derecho, Luis Elbano Zerpa, en
Derecho Constitucional; Luis Spinetti Dini, Derecho Romano I; Juan José Rivas
Belandria, Economía Política; y los profesores de Introducción al Derecho y de
Derecho Civil I, no los recuerdo, pero uno de ellos pudo ser Carlos Febres Pobeda,
a quien Asdrúbal González vilipendió,
según dijeron, cuando Febres fue gobernador.
Y empezamos a conocer a
nuestros compañeros de estudio.Arnaldo Esté Salas y
Julián Silva Bejas, quienes venían de Caracas y nimbados de la gloria de haber hecho su
bachillerato nada menos que en el Liceo “Fermín Toro”, una institución de
tradición heróica en la lucha contra Pérez Jiménez e inspirador de algunas que
se habían realizado en el “Lisandro Alvarado” de Barquisimeto. La empatía con
estos dos compañeros, especialmente con Arnaldo, fue inmediata; de Oriente
recuerdo a Juan de Dios Pino, Dilcia D’ Aubettere; de Barinas al cojo Bermúdez,
excelente jugador de dominó; de San Antonio del Táchira, Elba Molina, quien nos
acompañó como oyente, pues tenía materias pendientes del bachillerato que hizo
en el Liceo Libertador de Mérida; del Guárico, Chajín Buáiz; de Mérida, varios: Marquina, una
compañera de apellido Dugarte. No sé de donde, J. J. Patiño González, que años
después, durante el gobierno de Leoni, fue temido jefe de la Digepol; un
Cañizales que en 1958, caído Pérez Jiménez, dirigió la Policía Judicial de
Mérida; un Maldonado de Trujillo. También de Mérida era el pavo Pérez Febres.
Del Zulia había también algunos en esta cohorte de aspirantes a abogados.
Creo que de todo el
país iban jóvenes a cursar estudios a Mérida porque no había muchas opciones
entonces: la ULA de Mérida; la LUZ del Zulia; la UCV de Caracas; y la UC, de
Valencia. El atractivo de la serranía, hacía que centenares de estudiantes
emigraran a Mérida.
De otros años conocimos
y fueron excelentes amigos, el gato Palacios, maturinés; Perucho Vásquez,
margariteño; Luis Bianchi Gómez, también de Maturín; Samuel Villegas y su
esposa Vilma, caroreños residentes en Caracas.
Todas las tardes, salvo
cuando había que estudiar, después de cenar, nos dirigíamos a la plaza Bolívar.
Era de ley “caminar los cuatrocientos metros”, esto era, una vuelta completa a
la Plaza, con el atractivo de compartir las noticias del día, los planes de
diversión para los fines de semana, ver a las muchachas que, igualmente paseaban,
o deleitarnos viendo a las hermanas Dávila, asomadas al balcón de su casa frente a la
plaza Bolívar, edificio que después ocupó la Casa de la Cultura. Eran, si
recuerdo bien, cuatro monumentales chicas admiradas por todos.
Entre finales de 1956 y
todo 1957 se construyeron parte de la Catedral de Mérida, creo que fue
ampliada, el edificio de la Gobernación y la sede de la Escuela de Odontología,
adosada ésta al rectorado y al Aula Magna. En broma, comentábamos que dichas
edificaciones se hacían labrando, a martillazo limpio, gigantescas piedras
colocadas en los sitios correspondientes, pues era incesante, mañana y tarde, y
creo que hasta de noche, aquel martilleo desesperante que nos perseguía sin
importar donde nos colocáramos.
Junto con el martilleo,
sufríamos dos fuentes de ruidos más. Uno que para los merideños era natural y
sagrado, las campanas de los numerosos
templos que existen en la ciudad y “la marchantica”, un vehículo acondicionado para
la venta de helados que avisaba su presencia con la difusión por cornetas, de
una música repetida sin cesar.
En 1958, caída la dictadura
los poetas Hernando Track y Rafael Cadenas, se sentaban en la Plaza Bolívar a
martirizarse masoquístimamente con estas dos despiadadas contaminaciones
sónicas de la Mérida de hace medio siglo.
Arnaldo Eslé y Julián
Silva traían desde Caracas ciertas instrucciones para organizar en Mérida a la
Juventud Comunista pues la represión pérezjimenista que no era cuento, como
ahora se inventa en relación con el gobierno bolivariano, había logrado
liquidar toda presencia de la organización comunista en este Estado. Así que
valiéndose de estas relaciones nacidas al cobijo de las aulas universitarias,
de bares, comedor, fiestas y paseos, estos compañeros iniciaron su riesgosa tarea política y ya antes de
terminar 1956, habían logrado captar y organizar a varios de nosotros en los
llamados comités de base en los cuales recibíamos clases de marxismo utilizando para ello el libro de Georges
Politzer, Principios Elementales del
Marxismo, el cual leíamos y
comentábamos con gran aprovechamiento.
Sacamos un periódico
que imprimíamos en la Imprenta Universitaria y lo titulamos TAL, iniciales de
la consigna “todos a luchar”.
Alí, Leonel y Orlando,
participaron en el Orfeón Universitario.
Yo, me agregué al
Teatro Universitario que dirigía el profesor Luis Arconadas, a quien años
después, encontré en Maracaibo.
Mérida se convirtió, al
menos para mí, en una ciudad muy amada por lo que llegué a calificarla de
“ciudadastra”, distinta a Barquisimeto, verdaderamente una ciudad
universitaria, donde todo prácticamente estaba relacionado con la vida
estudiantil y a los bachilleres se nos consideraba como algo especial,
correspondiendo nosotros igualmente al cariño y respeto de los habitantes de la
ciudad.
De la Universidad
y sus estudiantes vivían limpiabotas, vendedores de periódicos, lavanderas,
pensiones y restaurantes, residencias familiares, transporte,buena parte del comercio,
librerías, actividades festivas, deportes, buena parte del barrio “Cuatro
Piedras” subsistía por los estudiantes. Los merideños y quienes hayan vivido en
esta ciudad algún tiempo saben a qué me refiero.
Nuestra alimentación la
hacíamos regularmente, en un cafetín que funcionaba en una de las residencias
masculinas, en el mercado que tenía su sede donde hoy se levanta el centro
cultural “Tulio Febres Cordero” o en el cafetín de Don Pedro, bondadoso
merideño en cuyo establecimiento, que hacía esquina con el rectorado y la
facultad de Odontología se nos fiaba sin avales crediticios.
En el primer cafetín
podíamos desayunar café, avena, huevos, arepas, por no más de Bs. 0,75 o un
bolívar; en el mercado, dependía de la cantidad de sabrosos pastelitos y vasos
de mazato que consumiéramos, pero pocas veces, más de Bs. 0,50. Donde Don Pedro
podría ser más pues al desayuno, incluíamos los cigarrillos: Fortuna, Negro
Primero o Viceroy, según los gustos.
Distribuía yo, los Bs.
120, que recibía enviados generosamente por mi abuelo adoptivo, Altídoro Santelíz,
en comprar 60 tickets a un bolívar cada
uno para los almuerzos y cenas del mes, Bs. 30 para los desayunos y el resto
para los demás gastos: lavado de ropa, cine, unas cervezas, los cigarros y poco
más.
Los almuerzos y cenas
eran en el comedor popular “Román Duque Corredor”, al cual llamábamos
Restaurant Kon Tiki, es decir “Con ticket”.
Mi situación y la de
otros compañeros mejoró bastante a la caída de Pérez Jiménez pues obtuvimos
algunas ayudas económicas de la ULA y con ellas mejoró nuestra calidad de vida.
Hace cincuenta años el
clima de Mérida era en verdad espectacular, los sitios de diversión no eran
muchos pero las jornadas transcurrían intensas en Los Chorros de Milla, en el
cine, por el Albarregas, los paseos a Lagunilla, los viajes a los pueblos del
páramo. La ciudad toda.
La gente, los
habitantes de Mérida eran gente de una calidad humana extraordinaria y tanto que el nombre de
“Ciudad de los Caballeros” les venía al pelo por la gentileza, la solidaridad,
el respeto y amistad que hombres, mujeres, niños y adultos, jóvenes y viejos,
pobres que eran demasiados y ricos que no eran muchos, ofrecían con generosidad
y amplitud.
Pocos de quienes
vinimos de otras tierras a estudiar a Mérida, podrían atreverse a decir que la
ciudad los “trató mal”, todo lo contrario, muchos se quedaron para siempre y
quienes nos fuimos, lo hicimos a duras penas para vivir luego, el resto de la
vida, añorándola y deseando volver a ella definitivamente.
Era una ciudad de pocos
vehículos y por las tardes era común, entonces, ver gente a caballo paseando por
las calles casi solitarias.
El mercado de la
ciudad, ese que se incendió y dejó libre el terreno para construir el Centro
Cultural “Tulio Febres Cordero” era naturalmente el lugar donde los merideños
se surtían de los alimentos para sus hogares, la mayoría, y donde venían los
pequeños agricultores, criadores y artesanos a vender el producto de sus
labranzas y tareas.
Para nosotros los
estudiantes era sitio de recreo, comer, pasear con la novia, adquirir algunos
artículos de uso diario.
Cualquier sitio de la
ciudad nos servía para estudiar. Todos eran hermosos y tranquilos. Dos eran mis
preferidos: el parque de los enamorados y el cementerio en cuya puerta hay una
leyenda en latín, cuyo texto no recuerdo.
Había solamente una
emisora radial. Soñábamos ir a Caracas un día para ver televisión. Los
periódicos llegaban al mediodía. En los paseos a algunas haciendas, iban
estudiantes y profesores. Jugábamos dominó. Se hablaba de literatura o de las
materias que cursábamos o, simplemente nos divertíamos.
Y tanta gente especial
llegada de cualquier confín del mundo, con quienes compartíamos tantas cosas y
tan cotidianamente: Alfonso Cuesta y Cuesta gran novelista, nativo de Cuenca,
Ecuador, a quien leíamos nuestros juveniles poemas y él lloraba no sé si de emoción
o fastidiado; David Viñas, otro notable novelista argentino; Andrés Savroski,
creo que de origen polaco, sabio matemático; Miroslav Marcovich, yugoeslavo,
que hablaba unos 20 idiomas; la profesora Rosa Alonso, de extraordinaria
cultura; Miguel Marciales, sabio estudiante colombiano que luego se hizo
especialista mundial en los estudios de La Celestina; Hernando Track, poeta
también colombiano, sensible y extraordinario amigo; Régulo Pérez, pintor y
caricaturista de pensamiento de avanzada; César Rengifo, dramaturgo, pintor,
poeta, estudioso del pensamiento revolucionario; Rafael Cadenas, el gran poeta
… y tantos más.
Fue una excelente
época, no mejor que otros anteriores o posteriores pero si de alta calificación
en una Mérida inolvidable.
Pero a este cuento,
crónica o historia de nostalgias fragmentadas, le vamos a agregar dos importantes
episodios de nuestra vida en Mérida entre 1956 y 1959.
El primero tuvo lugar
en noviembre de 1957. Exactamente el día 14 de dicho mes.
La dirección merideña
de la Juventud Comunista decidió llamar a un paro en protesta por los atropellos
que el régimen pérezjimenista cometía contra el estudiantado caraqueño. O al
menos ese era el pretexto pues realmente estábamos en presencia de una gran
acción antidictatorial con características insurreccionales que, como todos
sabemos, concluyó exitosamente el 23 de enero de 1958. Inútilmente vino a Mérida, Alfredo Maneiro,
tratando de que, al menos se aplazara este pronunciamiento y sumarlo a otros
que nacionalmente se preparaban.
Pero el paro fue.
A mí se me envió a la
Facultad de Medicina y otros compañeros cubrieron otras facultades y escuelas.
Nadie nos siguió salvo los disciplinados militantes de la J.C., plenamente
identificados con esta acción, pero todos juntos éramos una inmensa minoría.
Fracasamos e
inmediatamente actuaron los cuerpos policiales deteniendo a la mayoría de los
participantes (Arnaldo Esté, Julián Silva, Chagin Buáiz, Luis Bianchi Gómez,
Leonel Rojas y varios otros).
A mi me detuvieron en
una aula de Medicina y llevado a la Seguridad Nacional, logré escaparme a la
entrada de la misma y ocultarme en el Aula Magna de donde al día siguiente fui
rescatado por varios compañeros, quienes me buscaron refugio en algunos hogares
merideños y en el Hotel Tinjacá, cuyo dueño, no solamente me hospedó una noche
sino que me consiguió una concha en casa de una familia Quintero donde
permanecí hasta mediados de diciembre, cuando el Ingeniero Carlos Claverie, me
sacó de Mérida hasta Valera y de ahí me envió a Barquisimeto.
Alí Rodríguez, Jacinto
Muñoz y otros evadieron los cuerpos policiales logrando llegar a Caracas, Alí y
a Maturín, Muñoz.
Otros, no fueron
molestados y pudieron seguir estudiando.
Caída la dictadura, yo
regresé a Mérida para continuar mis estudios, que luego interrumpí
definitivamente.
El otro hecho de
bastante relevancia fue el que activó la Federación de Centros Universitarios,
de la cual fui miembro en representación de la facultad de Humanidades, en
homenaje a Mérida con motivo de cumplir la ciudad 400 años de su fundación,
consistiendo dicho homenaje en alfabetizar a todos los habitantes de la ciudad
de Mérida.
Nos trasladamos a
Caracas a entrevistarnos en el Ministro de Relaciones Interiores, el Dr.
Virgilio Torrealba Silva, larense quien había sido mi profesor de Sociología en
bachillerato; y con el Ministro de Educación, el Dr. Rafael Pizani. Se me
escapan de la mente los detalles de estas entrevistas, pero lo cierto fue que
se nos puso en contacto con el Dr. Félix Adams, especialista en alfabetización
y se nos dieron los recursos económicos, de personal y equipos para llevar a
cabo nuestra idea.
Dos competentes
educadores llegaron a Mérida, enviados por el Ministerio de Educación;
curiosamente se nos dio la sede donde había operado la Seguridad Nacional, y
desde ahí condujimos todas las tareas de censos, organización de grupos,
búsqueda de espacios, para hacer realidad aquella hermosa iniciativa juvenil
que, como ninguna otra pensábamos podía servir para homenajear y servir a
nuestra amada ciudad cumpleañera.
Yo, además de dar
clases a un grupo de venezolanos en una aula de la Escuela de Ingeniería, todos
los días, a las 5 de la tarde, junto con Emiro Rojas, un compañero de la
Juventud de URD, sumado a esta campaña, realizábamos un programa radial
titulado “Abajo Cadenas” donde, al compás de la bella música del “Polo
Coriano”, difundíamos las virtudes positivas de la campaña, los avances, etc.
Durante un año
trabajamos duro, intensamente, con pasión logrando el propósito de alfabetizar
a toda la población de la Cuatricentenaria Cumpleañera, según lo certificaron
las autoridades correspondientes del Ministerio de Educación.
Aunque de manera
parcial como lo he hecho, al recordar con mucha nostalgia estos maravillosos
días de mi residencia en Mérida, nada me parece más satisfactorio que esta
memorable jornada, aparte, claro está, de los bellos amores vividos al amparo
cariñoso de esta ciudad ahora, ella y nosotros, con 50 años más de vida.
¡Aquellas Elbas,
aquellas Gudelias, aquellas Rosauras de mi dorada juventud, son parte de estos
hermosos recuerdos que tan deliciosamente fijaron en el alma sus aromas para
que con ellos, por sobre las ausencias y soledades futuras, no decayeran los
ánimos y, nada, en el sendero de la vida, debilitara nuestra voluntad!
¡Felíz cumpleaños,
bella Mérida, ciudad de las nevadas sierras!
¡Muchas gracias!
Mérida, junio
2008