martes, 13 de enero de 2015

CRONICAS

MÉRIDA, HACE MEDIO SIGLO
                                                     Ramón Querales




En julio de 1956 terminamos nuestros estudios de bachillerato Orlando Gravina, Ramón Querales, Alí Rodríguez y Leonel Rojas, quienes en los dos últimos años del liceo, el “Lisandro Alvarado” de Barquisimeto, nos habíamos constituido en un cuarteto de inseparables amigos.
En nuestros diarios intercambios de opiniones, habíamos decidido irnos a Mérida, la Ciudad de los Caballeros de donde era oriundo Alí y quien seguramente, no lo recuerdo bien, logró convencernos de que esa sería la mejor decisión.
Un día, tal vez en el mes de agosto, alquilamos un vehículo y viajamos a la ciudad serrana lo que fue una hermosa aventura que por vez primera hacíamos Orlando, Leonel y yo. El gocho Alí nos servía de guía. Nos vinimos por Valera y así disfrutamos, por vez primera, la magnificencia  de los páramos andinos, desde Timotes hasta llegar a nuestro destino. En “El Águila” nos detuvimos a desayunar y a disfrutar aquel clima fascinante y novedoso para nosotros.
El chofer, un maracucho de extremado buen humor, nos recomendó introducir entre la camisa y el tórax, hojas de papel periódico para contrarrestar los efectos del frío y evitar que nos diera “mal de páramo”, lo que efectivamente nos sirvió de maravilla. No recuerdo si fue en esa oportunidad -era agosto- cuando vimos nieve, que nunca lo habíamos hecho.
Al llegar a Mérida, nos alojamos por recomendación del chofer, en un pequeño y muy económico hotel situado cerca del rectorado de la ULA, por la calle Obispo Lara y desde ahí abrimos operaciones para inscribirnos en la Facultad de Derecho y obtener cupo en la Residencia Universitaria, situada entre Independencia y la “Tulio Febres Cordero”, cerca de las facultades de Medicina e Ingeniería. Al frente, quedaba la Escuela de Bioanálisis.
En esos tiempos y en esa época vacacional, el movimiento de pasajeros hacia y desde Mérida era muy escaso y el chofer que nos hizo el viaje, decidió esperar nuestro retorno y mientras tanto, en forma gratuita, nos servía de transporte y así recorrimos la ciudad en su totalidad, pues entonces no se había extendido como lo ha hecho hasta ahora y sus calles llegaban al borde del Albarregas y del Chama, mientras que por la parte noreste el límite era la zona de Prado Río, por el suroeste apenas llegaba hasta Glorias Patrias, con algunas viviendas frente al Aeropuerto y barrios muy deprimidos por la parte de atrás del Aeropuerto, creo recordar que uno de ellos era el barrio Campo de Oro, o algo así.
Por allí, cerca del Aeropuerto estaba también el Matadero.
Creo que, por invitación de Alí fuimos a Ejido, pasando por La Parroquia que era una población bastante retirada de Mérida.
Visitamos Los Chorros de Milla.
Después regresamos a Barquisimeto.
En la mañana de nuestra partida, el maracucho había estacionado su carro justo frente al hotel. Colocamos los humildes equipajes en el maletero del carro, el chofer dio vuelta a la llave para encenderlo y una espesa nube de humo comenzó a salir del motor. Todos salimos del carro y el maracucho, a riesgo de quemarse, levantó el capó y entonces vimos que el motor estaba envuelto en llamas.
Del hotel salió corriendo el dueño con una sábana en las manos con la cual cubrió las llamas que amenazaban destruir motor y vehículo. Desaparecieron las llamas y todos respiramos tranquilos.
Era que el filtro de la gasolina había estallado originando el incendio, pequeño pero peligroso de no haber mediado la oportuna intervención del dueño del hotel.
Resuelto el problema, y sin filtro, emprendimos nuestro viaje de regreso a Barquisimeto, donde permanecimos el resto de nuestras vacaciones hasta el momento de volver a Mérida ya en plan formal de iniciar  estudios universitarios, lo que se hizo realidad en el mes de octubre de 1956.
Esta vez viajamos con otro chofer, pero también maracucho a quien llamaban Tonina Con ambos hicimos muchos viajes entre Mérida y Barquisimeto.
Comenzamos  nuestras clases bajo la tutela docente de los profesores Eloy Febres Cordero en Sociología del Derecho, Luis Elbano Zerpa, en Derecho Constitucional; Luis Spinetti Dini, Derecho Romano I; Juan José Rivas Belandria, Economía Política; y los profesores de Introducción al Derecho y de Derecho Civil I, no los recuerdo, pero uno de ellos pudo ser Carlos Febres Pobeda, a quien Asdrúbal González  vilipendió, según dijeron, cuando Febres fue gobernador.







Y empezamos a conocer a nuestros compañeros de estudio.Arnaldo Esté Salas y Julián Silva Bejas, quienes venían de Caracas y  nimbados de la gloria de haber hecho su bachillerato nada menos que en el Liceo “Fermín Toro”, una institución de tradición heróica en la lucha contra Pérez Jiménez e inspirador de algunas que se habían realizado en el “Lisandro Alvarado” de Barquisimeto. La empatía con estos dos compañeros, especialmente con Arnaldo, fue inmediata; de Oriente recuerdo a Juan de Dios Pino, Dilcia D’ Aubettere; de Barinas al cojo Bermúdez, excelente jugador de dominó; de San Antonio del Táchira, Elba Molina, quien nos acompañó como oyente, pues tenía materias pendientes del bachillerato que hizo en el Liceo Libertador de Mérida; del Guárico, Chajín  Buáiz; de Mérida, varios: Marquina, una compañera de apellido Dugarte. No sé de donde, J. J. Patiño González, que años después, durante el gobierno de Leoni, fue temido jefe de la Digepol; un Cañizales que en 1958, caído Pérez Jiménez, dirigió la Policía Judicial de Mérida; un Maldonado de Trujillo. También de Mérida era el pavo Pérez Febres. Del Zulia había también algunos en esta cohorte de aspirantes a abogados.
Creo que de todo el país iban jóvenes a cursar estudios a Mérida porque no había muchas opciones entonces: la ULA de Mérida; la LUZ del Zulia; la UCV de Caracas; y la UC, de Valencia. El atractivo de la serranía, hacía que centenares de estudiantes emigraran a Mérida.
De otros años conocimos y fueron excelentes amigos, el gato Palacios, maturinés; Perucho Vásquez, margariteño; Luis Bianchi Gómez, también de Maturín; Samuel Villegas y su esposa Vilma, caroreños residentes en Caracas.
Todas las tardes, salvo cuando había que estudiar, después de cenar, nos dirigíamos a la plaza Bolívar. Era de ley “caminar los cuatrocientos metros”, esto era, una vuelta completa a la Plaza, con el atractivo de compartir las noticias del día, los planes de diversión para los fines de semana, ver a las muchachas que, igualmente paseaban, o deleitarnos viendo a las hermanas Dávila,  asomadas al balcón de su casa frente a la plaza Bolívar, edificio que después ocupó la Casa de la Cultura. Eran, si recuerdo bien, cuatro monumentales chicas admiradas por todos.
Entre finales de 1956 y todo 1957 se construyeron parte de la Catedral de Mérida, creo que fue ampliada, el edificio de la Gobernación y la sede de la Escuela de Odontología, adosada ésta al rectorado y al Aula Magna. En broma, comentábamos que dichas edificaciones se hacían labrando, a martillazo limpio, gigantescas piedras colocadas en los sitios correspondientes, pues era incesante, mañana y tarde, y creo que hasta de noche, aquel martilleo desesperante que nos perseguía sin importar donde nos colocáramos.
Junto con el martilleo, sufríamos dos fuentes de ruidos más. Uno que para los merideños era natural y sagrado,  las campanas de los numerosos templos que existen en la ciudad y “la marchantica”, un vehículo acondicionado para la venta de helados que avisaba su presencia con la difusión por cornetas, de una música repetida sin cesar.
En 1958, caída la dictadura los poetas Hernando Track y Rafael Cadenas, se sentaban en la Plaza Bolívar a martirizarse masoquístimamente con estas dos despiadadas contaminaciones sónicas de la Mérida de hace medio siglo.
Arnaldo Eslé y Julián Silva traían desde Caracas ciertas instrucciones para organizar en Mérida a la Juventud Comunista pues la represión pérezjimenista que no era cuento, como ahora se inventa en relación con el gobierno bolivariano, había logrado liquidar toda presencia de la organización comunista en este Estado. Así que valiéndose de estas relaciones nacidas al cobijo de las aulas universitarias, de bares, comedor, fiestas y paseos, estos compañeros iniciaron  su riesgosa tarea política y ya antes de terminar 1956, habían logrado captar y organizar a varios de nosotros en los llamados comités de base en los cuales recibíamos clases de marxismo  utilizando para ello el libro de Georges Politzer, Principios Elementales del Marxismo, el cual leíamos y comentábamos con gran aprovechamiento.
Sacamos un periódico que imprimíamos en la Imprenta Universitaria y lo titulamos TAL, iniciales de la consigna “todos a luchar”.
Alí, Leonel y Orlando, participaron en el Orfeón Universitario.
Yo, me agregué al Teatro Universitario que dirigía el profesor Luis Arconadas, a quien años después, encontré en Maracaibo.
Mérida se convirtió, al menos para mí, en una ciudad muy amada por lo que llegué a calificarla de “ciudadastra”, distinta a Barquisimeto, verdaderamente una ciudad universitaria, donde todo prácticamente estaba relacionado con la vida estudiantil y a los bachilleres se nos consideraba como algo especial, correspondiendo nosotros igualmente al cariño y respeto de los habitantes de la ciudad.
De la Universidad y sus estudiantes vivían limpiabotas, vendedores de periódicos, lavanderas, pensiones y restaurantes, residencias familiares, transporte,buena parte del comercio, librerías, actividades festivas, deportes, buena parte del barrio “Cuatro Piedras” subsistía por los estudiantes. Los merideños y quienes hayan vivido en esta ciudad algún tiempo saben a qué me refiero.
Nuestra alimentación la hacíamos regularmente, en un cafetín que funcionaba en una de las residencias masculinas, en el mercado que tenía su sede donde hoy se levanta el centro cultural “Tulio Febres Cordero” o en el cafetín de Don Pedro, bondadoso merideño en cuyo establecimiento, que hacía esquina con el rectorado y la facultad de Odontología se nos fiaba sin avales crediticios.
En el primer cafetín podíamos desayunar café, avena, huevos, arepas, por no más de Bs. 0,75 o un bolívar; en el mercado, dependía de la cantidad de sabrosos pastelitos y vasos de mazato que consumiéramos, pero pocas veces, más de Bs. 0,50. Donde Don Pedro podría ser más pues al desayuno, incluíamos los cigarrillos: Fortuna, Negro Primero o Viceroy, según los gustos.
Distribuía yo, los Bs. 120, que recibía enviados generosamente por mi abuelo adoptivo, Altídoro Santelíz, en comprar 60 tickets  a un bolívar cada uno para los almuerzos y cenas del mes, Bs. 30 para los desayunos y el resto para los demás gastos: lavado de ropa, cine, unas cervezas, los cigarros y poco más.
Los almuerzos y cenas eran en el comedor popular “Román Duque Corredor”, al cual llamábamos Restaurant Kon Tiki, es decir “Con ticket”.
Mi situación y la de otros compañeros mejoró bastante a la caída de Pérez Jiménez pues obtuvimos algunas ayudas económicas de la ULA y con ellas mejoró nuestra calidad de vida.
Hace cincuenta años el clima de Mérida era en verdad espectacular, los sitios de diversión no eran muchos pero las jornadas transcurrían intensas en Los Chorros de Milla, en el cine, por el Albarregas, los paseos a Lagunilla, los viajes a los pueblos del páramo. La ciudad toda.
La gente, los habitantes de Mérida eran gente de una calidad humana  extraordinaria y tanto que el nombre de “Ciudad de los Caballeros” les venía al pelo por la gentileza, la solidaridad, el respeto y amistad que hombres, mujeres, niños y adultos, jóvenes y viejos, pobres que eran demasiados y ricos que no eran muchos, ofrecían con generosidad y amplitud.
Pocos de quienes vinimos de otras tierras a estudiar a Mérida, podrían atreverse a decir que la ciudad los “trató mal”, todo lo contrario, muchos se quedaron para siempre y quienes nos fuimos, lo hicimos a duras penas para vivir luego, el resto de la vida, añorándola y deseando volver a ella definitivamente.
Era una ciudad de pocos vehículos y por las tardes era común, entonces, ver gente a caballo paseando por las calles casi solitarias.
El mercado de la ciudad, ese que se incendió y dejó libre el terreno para construir el Centro Cultural “Tulio Febres Cordero” era naturalmente el lugar donde los merideños se surtían de los alimentos para sus hogares, la mayoría, y donde venían los pequeños agricultores, criadores y artesanos a vender el producto de sus labranzas y tareas.
Para nosotros los estudiantes era sitio de recreo, comer, pasear con la novia, adquirir algunos artículos de uso diario.
Cualquier sitio de la ciudad nos servía para estudiar. Todos eran hermosos y tranquilos. Dos eran mis preferidos: el parque de los enamorados y el cementerio en cuya puerta hay una leyenda en latín, cuyo texto no recuerdo.

Había solamente una emisora radial. Soñábamos ir a Caracas un día para ver televisión. Los periódicos llegaban al mediodía. En los paseos a algunas haciendas, iban estudiantes y profesores. Jugábamos dominó. Se hablaba de literatura o de las materias que cursábamos o, simplemente nos divertíamos.
Y tanta gente especial llegada de cualquier confín del mundo, con quienes compartíamos tantas cosas y tan cotidianamente: Alfonso Cuesta y Cuesta gran novelista, nativo de Cuenca, Ecuador, a quien leíamos nuestros juveniles poemas y él lloraba no sé si de emoción o fastidiado; David Viñas, otro notable novelista argentino; Andrés Savroski, creo que de origen polaco, sabio matemático; Miroslav Marcovich, yugoeslavo, que hablaba unos 20 idiomas; la profesora Rosa Alonso, de extraordinaria cultura; Miguel Marciales, sabio estudiante colombiano que luego se hizo especialista mundial en los estudios de La Celestina; Hernando Track, poeta también colombiano, sensible y extraordinario amigo; Régulo Pérez, pintor y caricaturista de pensamiento de avanzada; César Rengifo, dramaturgo, pintor, poeta, estudioso del pensamiento revolucionario; Rafael Cadenas, el gran poeta … y tantos más.


Fue una excelente época, no mejor que otros anteriores o posteriores pero si de alta calificación en una Mérida inolvidable.
Pero a este cuento, crónica o historia de nostalgias fragmentadas, le vamos a agregar dos importantes episodios de nuestra vida en Mérida entre 1956 y 1959.
El primero tuvo lugar en noviembre de 1957. Exactamente el día 14 de dicho mes.
La dirección merideña de la Juventud Comunista decidió llamar a un paro en protesta por los atropellos que el régimen pérezjimenista cometía contra el estudiantado caraqueño. O al menos ese era el pretexto pues realmente estábamos en presencia de una gran acción antidictatorial con características insurreccionales que, como todos sabemos, concluyó exitosamente el 23 de enero de 1958.  Inútilmente vino a Mérida, Alfredo Maneiro, tratando de que, al menos se aplazara este pronunciamiento y sumarlo a otros que nacionalmente se preparaban.
Pero el paro fue.
A mí se me envió a la Facultad de Medicina y otros compañeros cubrieron otras facultades y escuelas. Nadie nos siguió salvo los disciplinados militantes de la J.C., plenamente identificados con esta acción, pero todos juntos éramos una inmensa minoría.
Fracasamos e inmediatamente actuaron los cuerpos policiales deteniendo a la mayoría de los participantes (Arnaldo Esté, Julián Silva, Chagin Buáiz, Luis Bianchi Gómez, Leonel Rojas y varios otros).
A mi me detuvieron en una aula de Medicina y llevado a la Seguridad Nacional, logré escaparme a la entrada de la misma y ocultarme en el Aula Magna de donde al día siguiente fui rescatado por varios compañeros, quienes me buscaron refugio en algunos hogares merideños y en el Hotel Tinjacá, cuyo dueño, no solamente me hospedó una noche sino que me consiguió una concha en casa de una familia Quintero donde permanecí hasta mediados de diciembre, cuando el Ingeniero Carlos Claverie, me sacó de Mérida hasta Valera y de ahí me envió a Barquisimeto.
Alí Rodríguez, Jacinto Muñoz y otros evadieron los cuerpos policiales logrando llegar a Caracas, Alí y a Maturín,  Muñoz.
Otros, no fueron molestados y pudieron seguir estudiando.
Caída la dictadura, yo regresé a Mérida para continuar mis estudios, que luego interrumpí definitivamente.
El otro hecho de bastante relevancia fue el que activó la Federación de Centros Universitarios, de la cual fui miembro en representación de la facultad de Humanidades, en homenaje a Mérida con motivo de cumplir la ciudad 400 años de su fundación, consistiendo dicho homenaje en alfabetizar a todos los habitantes de la ciudad de  Mérida.
Nos trasladamos a Caracas a entrevistarnos en el Ministro de Relaciones Interiores, el Dr. Virgilio Torrealba Silva, larense quien había sido mi profesor de Sociología en bachillerato; y con el Ministro de Educación, el Dr. Rafael Pizani. Se me escapan de la mente los detalles de estas entrevistas, pero lo cierto fue que se nos puso en contacto con el Dr. Félix Adams, especialista en alfabetización y se nos dieron los recursos económicos, de personal y equipos para llevar a cabo nuestra idea.
Dos competentes educadores llegaron a Mérida, enviados por el Ministerio de Educación; curiosamente se nos dio la sede donde había operado la Seguridad Nacional, y desde ahí condujimos todas las tareas de censos, organización de grupos, búsqueda de espacios, para hacer realidad aquella hermosa iniciativa juvenil que, como ninguna otra pensábamos podía servir para homenajear y servir a nuestra amada ciudad cumpleañera.
Yo, además de dar clases a un grupo de venezolanos en una aula de la Escuela de Ingeniería, todos los días, a las 5 de la tarde, junto con Emiro Rojas, un compañero de la Juventud de URD, sumado a esta campaña, realizábamos un programa radial titulado “Abajo Cadenas” donde, al compás de la bella música del “Polo Coriano”, difundíamos las virtudes positivas de la campaña, los avances, etc.
Durante un año trabajamos duro, intensamente, con pasión logrando el propósito de alfabetizar a toda la población de la Cuatricentenaria Cumpleañera, según lo certificaron las autoridades correspondientes del Ministerio de Educación.
Aunque de manera parcial como lo he hecho, al recordar con mucha nostalgia estos maravillosos días de mi residencia en Mérida, nada me parece más satisfactorio que esta memorable jornada, aparte, claro está, de los bellos amores vividos al amparo cariñoso de esta ciudad ahora, ella y nosotros, con 50 años más de vida.
¡Aquellas Elbas, aquellas Gudelias, aquellas Rosauras de mi dorada juventud, son parte de estos hermosos recuerdos que tan deliciosamente fijaron en el alma sus aromas para que con ellos, por sobre las ausencias y soledades futuras, no decayeran los ánimos y, nada, en el sendero de la vida, debilitara nuestra voluntad!


¡Felíz cumpleaños, bella Mérida, ciudad de las nevadas sierras!

¡Muchas gracias!



Mérida, junio 2008





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